
Foto: Research Land
México es un país donde en ciertas temporadas, los desastres naturales son las constante
El 19 de Septiembre es una fecha que ha quedado marcada en la memoria de los mexicanos sin lugar a dudas. Un día en el cual rememoramos la vulnerabilidad frente a emergencias naturales y en el cual, año tras año, se pone a prueba la capacidad de reacción tanto de las instituciones como de los ciudadanos ante una emergencia.
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Si bien existe una creciente conciencia social sobre la importancia de estar preparados, los datos reflejan una contradicción: la percepción de riesgo es alta, pero la preparación efectiva sigue siendo limitada y fragmentada.
Cuando se pregunta a los ciudadanos qué tan preparados se sienten ante distintos tipos de emergencias, se observa una cierta falta de preparación y un miedo latente.
En el caso de los sismos, el 31% se declara “muy preparado”, mientras que un 61% se percibe en un punto intermedio y solo un 8% admite estar “nada preparado”. La paradoja está en que los sismos son la amenaza que más preocupa (50% los señala como la principal), pero la mayoría no se reconoce como plenamente lista: seis de cada diez mexicanos se consideran únicamente “medianamente preparados”.
Con las inundaciones, la percepción es aún más crítica: apenas el 14% se siente “muy preparado”, frente a un 51% en nivel intermedio y un 35% que se declara “nada preparado”. Aunque solo un 25% las ubica como la principal preocupación, la proporción de quienes no tienen confianza en su capacidad de respuesta es la más alta en este escenario.
En cuanto a incendios o explosiones, los números revelan otra vulnerabilidad: apenas el 10% se siente “muy preparado”, 49% se ubica en nivel medio y un 41% reconoce estar “nada preparado”. Es decir, se trata de la emergencia donde menor preparación hay. Y aunque solo un 25% los identifica como su principal temor, la preocupación por este tipo de acontecimiento es más alta que en los sismos o inundaciones.
Este contraste muestra una constante: la población teme más aquello que ha experimentado con mayor fuerza en su historia reciente (los sismos), pero paradójicamente se siente más desprotegida ante fenómenos menos visibles como las inundaciones o los incendios.
El nivel de preparación se mide también en las acciones que la población afirma realizar en caso de emergencia.
Ante sismos, se observa una preparación generalizada en la población, el 66% señala que conservaría la calma y evitaría correr o gritar, un 54% dice que se dirigiría a una zona segura y un 7% se aleja de objetos que puedan caer. Sin embargo, solo alrededor de un 7% afirma tener un kit de emergencia preparado. El dato muestra que hay conciencia sobre las medidas inmediatas, evidencia de la conciencia generada durante los simulacros anuales, pero poca prevención estructural.
En el caso de inundaciones, se observa un menor indice de preparación, donde aproximadamente solo la mitad de las personas asegura saber actuar ante esta catástrofe. Un 53% optaría por trasladarse a una zona elevada, 38% tendría un kit de emergencia con documentos o medicamentos y un 25% acudiría a un albergue seguro. Aquí la reacción refleja intuición de supervivencia, pero nuevamente, la preparación previa es escasa.
Frente a incendios o explosiones, las cifras son más alentadoras en términos de acción inmediata: 40% asegura que llamaría a los servicios de emergencia, un 32% afirma que se dirigiría a una ruta de evacuación y un 26% desalojaría el inmueble, mientras que entre un 24% y 25% reconoce la importancia de usar rutas de evacuación, cubrirse boca y nariz con un pañuelo húmedo o identificar la ubicación de los extintores. No obstante, también en este escenario la prevención estructural (kits, planes familiares o comunitarios) queda relegada.
La tendencia general es clara: la población sabe cómo reaccionar en el momento crítico, pero falla en la preparación previa que podría marcar la diferencia en emergencias prolongadas o de gran escala.
Uno de los hallazgos más importantes está en la existencia de planes de acción.
En sismos, el 52% afirma tener un plan en casa, 23% en el trabajo y apenas 11% en la comunidad. Un 29% declara no tener ningún plan. Aquí, la memoria colectiva y las campañas constantes han tenido impacto: más de la mitad de los hogares sí cuentan con protocolos básicos.
Con las inundaciones, la situación cambia drásticamente: solo un 23% dice tener plan en casa, 22% en el trabajo y 27% en la comunidad, mientras que más de la mitad (51%) reconoce no contar con ninguno.
En el caso de incendios y explosiones, los números son aún más preocupantes: apenas un 18% declara tener plan en casa, 16% en el trabajo y solo 7% en la comunidad. El 63% admite no tener ningún plan.
La comparación es evidente: donde ha existido educación y práctica sostenida (sismos), la preparación en los hogares es más alta. En cambio, en emergencias donde la cultura preventiva ha sido menor (inundaciones e incendios), la mayoría de los mexicanos está desprotegida.
Cuando se pide a los ciudadanos una valoración más general, las respuestas reflejan avances parciales.
Un 32% cree que como sociedad se ha avanzado en cómo actuar ante emergencias, un 40% lo reconoce parcialmente y un 28% lo niega.
En cuanto a contar con recursos (tecnológicos, educativos, emocionales o económicos), un 23% dice que sí, 45% se muestra intermedio y 32% lo niega. Finalmente, sobre la conciencia y educación para actuar, los números son igual de preocupantes: 28% considera que ya existe suficiente conciencia, 35% lo acepta parcialmente y 37% lo rechaza.
En síntesis: la conciencia social avanza, pero la percepción sobre recursos y organización sigue siendo débil.
El panorama muestra un país que reconoce los riesgos, sabe qué hacer en el momento crítico y ha desarrollado cierta cultura preventiva en torno a los sismos. Pero más allá de ese caso, la preparación real frente a emergencias sigue siendo insuficiente.
Los datos revelan que la mayor preocupación (sismos) coincide con el mayor nivel de preparación relativa, aunque aún con fragilidades. En cambio, en inundaciones y, sobre todo, incendios, los niveles de preparación efectiva son alarmantemente bajos. La ciudadanía muestra voluntad y conocimiento inmediato, pero carece de planes estructurados, kits básicos y coordinación comunitaria.
El reto, por tanto, no está solo en educar sobre cómo reaccionar, sino en garantizar que esa conciencia se traduzca en prevención tangible: hogares con planes establecidos, comunidades organizadas y recursos materiales disponibles. De no hacerlo, México seguirá siendo un país que recuerda sus desastres pasados, pero que permanece vulnerable ante los que inevitablemente vendrán.