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El fenómeno de los jóvenes que “ni estudian ni trabajan”, se ha convertido en un reflejo complejo de los retos estructurales para la juventud del país.
El fenómeno de los jóvenes que “ni estudian ni trabajan” —conocido popularmente como NINIs— se ha convertido en un reflejo complejo de los retos estructurales para la juventud del país. Lejos de ser un problema meramente generacional o de apatía individual, los datos de 2025 muestran que este grupo está condicionado por una combinación de factores económicos, educativos y sociales que se entrelazan con la política pública.
En este contexto, programas como “Jóvenes Construyendo el Futuro”, pensados para ofrecer una salida a la inactividad juvenil, generan sensaciones de esperanza, pero a su vez, controversia. Las cifras revelan percepciones divididas entre quienes ven en estos apoyos una oportunidad de inserción laboral y quienes los interpretan como un incentivo a la dependencia.
El análisis de las causas revela que el problema no se reduce al “desinterés juvenil”, como suele pensarse. La principal causa señalada es el desinterés en estudiar o trabajar (57%), seguida por la falta de oportunidades laborales (44%), factores que reflejan una precariedad estructural del mercado laboral mexicano.
Otros elementos relevantes incluyen el abandono escolar (37%), la falta de orientación vocacional (35%), la desigualdad social (24%), y la creencia de que algunos jóvenes se sostienen gracias a apoyos gubernamentales (21%). A ello se suman factores personales, como embarazos adolescentes o la necesidad de cuidar familiares (29%), que continúan limitando el acceso a la educación y el empleo, especialmente entre las mujeres jóvenes.
En conjunto, estos datos dibujan un círculo de exclusión donde la falta de incentivos laborales y educativos alimenta la desmotivación, y esta, a su vez, perpetúa la dependencia económica y la informalidad.
La inactividad juvenil no solo implica ausencia de trabajo o estudio, sino también una serie de obstáculos que dificultan su integración en actividades productivas. Entre los desafíos más señalados están la falta de experiencia laboral previa (58%) y la desmotivación o dependencia (53%), seguidos por la falta de recursos económicos (29%) y la discriminación empresarial por periodos de inactividad (28%).
Estos porcentajes muestran una doble problemática: por un lado, la estructura del mercado laboral que exige experiencia previa para acceder a un primer empleo, y por otro, una desmoralización colectiva ante la falta de oportunidades reales. Así, la condición “NINI” deja de ser una elección personal para convertirse en una consecuencia de un sistema que excluye a quienes no encajan en su lógica productiva.
El programa emblema del gobierno federal “Jóvenes construyendo el futuro” tiene como objetivo ofrecer capacitación laboral y un apoyo económico temporal a jóvenes que no estudian ni trabajan. Sin embargo, su efectividad divide opiniones: 27% considera que no ayuda en absoluto, 34% lo evalúa con impacto moderado y 39% lo califica positivamente. La percepción sobre este incentivo está prácticamente dividida en tres partes iguales entre escepticismo, neutralidad y aprobación.
Las valoraciones negativas señalan riesgos de desmotivación y dependencia al programa (72%), así como mal uso o abuso del programa (19%), y efectos sociales negativos sobre la economía o el empleo formal (10%).
En contraste, los aspectos positivos apuntan a la efectividad de la capacitación y la experiencia laboral (27%), el impacto social positivo (34%), y el apoyo económico directo (20%). Aunque estos beneficios son reconocidos, la proporción de opiniones negativas (72% frente a 46% de positivas) sugiere que la población percibe el programa más como una ayuda temporal que como una solución estructural.
Entre las ventajas más destacadas, 63% valora que el apoyo económico funciona como un incentivo o “salario” que motiva la participación. Además, 49% afirma que es una gran ayuda para cubrir gastos básicos, otro 39% considera que permite al joven dedicarse por completo a su educación, mientras 35% señala que fomenta disciplina y rutinas laborales, y 29% cree que ofrece estabilidad financiera para buscar empleo de mejor calidad.
Sin embargo, las desventajas muestran el reverso de la moneda: 74% advierte que el apoyo económico puede generar dependencia y desincentivar la búsqueda de empleo formal. 37% alerta sobre la pérdida de motivación para continuar los estudios. Un 36% teme que el programa sea visto solo como un ingreso temporal y no como herramienta de desarrollo. Además, 24% critica la falta de seguimiento posterior a la capacitación, lo que limita la inserción laboral.
En conjunto, los datos reflejan un equilibrio delicado: el programa funciona como un paliativo frente a la falta de empleo, pero no siempre logra transformar esa ayuda en movilidad social o autonomía.
Cuando se pregunta qué modificaciones harían los ciudadanos al programa, la principal demanda es ofrecer oportunidades de contratación formal al finalizar la capacitación (42%), seguida de fortalecer el acompañamiento y seguimiento del aprendizaje (20%), y aumentar la duración y calidad de la capacitación (18%). En menor medida, se sugiere incorporar formación en habilidades interpersonales y de emprendimiento (8%) e incrementar la beca mensual (7%).
Estas propuestas demuestran que la ciudadanía no rechaza el programa, sino que busca su evolución hacia un modelo que genere empleabilidad real, reduzca la dependencia y promueva habilidades sostenibles.
Alternativas y apoyos más efectivos
Ante la hipótesis de eliminar el programa actual, las respuestas apuntan a la necesidad de un modelo más integral. Entre los apoyos considerados más efectivos destacan:
El consenso es claro: el país necesita pasar de políticas asistencialistas a esquemas de desarrollo con continuidad, donde la educación, la capacitación y el empleo estén articulados.
El fenómeno NINI no puede explicarse como una simple falta de voluntad juvenil, sino como el resultado de un sistema que no logra ofrecer opciones estables de formación ni empleo. Los datos muestran que programas como Jóvenes Construyendo el Futuro alivian temporalmente la falta de ingresos, pero no resuelven el problema estructural de fondo: la escasez de empleos formales, la baja calidad educativa y la desconexión entre la capacitación y el mercado laboral.
El reto es transformar el apoyo en oportunidad. Mientras los jóvenes sigan dependiendo de programas temporales sin garantía de inserción ni continuidad, el país seguirá reproduciendo un modelo de asistencia que mitiga el problema, pero no lo resuelve.
El verdadero éxito no se medirá por cuántos jóvenes reciben un apoyo, sino por cuántos logran, a partir de él, construir un proyecto de vida autónomo, estable y productivo. Solo entonces, México podrá hablar de políticas sociales que no generen dependencia, sino desarrollo.