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La inseguridad como forma de vida: un país que vive con miedo

En México, el miedo dejó de ser una emoción ocasional para convertirse en una rutina.

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Foto: Research Land

Redacción  Polls MX

Redacción Polls MX

Publicada: jul 18 a las 17:08, 2025

En México, el miedo dejó de ser una emoción ocasional para convertirse en una rutina, un factor presente en cada decisión diaria: desde elegir la ruta para regresar a casa hasta pensar dos veces antes de salir por la noche. Las cifras son contundentes: 63.9% de la población del país se siente insegura, lo que equivale a más de 84 millones de personas que han normalizado la sensación de vulnerabilidad como parte de su existencia. Este dato, lejos de ser una estadística más, refleja la construcción de un modo de vida marcado por la desconfianza y la violencia.

El panorama se agrava cuando miramos a los estados donde la percepción de inseguridad rebasa cualquier expectativa: Guanajuato (79.8%), Aguascalientes (77.6%), San Luis Potosí (77.1%) y Morelos (75.1%). Incluso Querétaro, tradicionalmente catalogado como un bastión de seguridad, aparece con un preocupante 73.5%. ¿Qué nos dicen estos números? Que la inseguridad dejó de ser un problema focalizado en “zonas calientes” para expandirse como una mancha que lo cubre todo: norte, centro y sur.

No basta con saber que la gente tiene miedo; es indispensable entender a qué le teme. La respuesta más frecuente es contundente: 43.6% de los mexicanos identifica los robos y asaltos como la principal amenaza, lo que significa casi 58 millones de mexicanos viven con la constante posibilidad de ser despojadas de lo poco o mucho que poseen. Esto no solo implica la pérdida material, sino una sensación permanente de vulnerabilidad, incluso en actividades tan simples como caminar por la calle o esperar el transporte público.

En segundo lugar, la violencia y los homicidios (15.9%) son el rostro más brutal de esta crisis, con 21.1 millones de personas que ven en la muerte violenta un riesgo cotidiano. Basta pensar en los estados donde el crimen organizado dicta la ley o donde el hallazgo de cuerpos sin vida se convirtió en una noticia rutinaria para entender la gravedad del fenómeno.

Pero la inseguridad no es solo el resultado de los delincuentes. El 11.7% de la población (15.5 millones) menciona la corrupción y la desconfianza en las autoridades como un problema central. ¿Qué significa esto? Que la gente ya no solo teme al criminal, sino también duda de quienes deberían protegerla. Es la evidencia más clara de que la inseguridad es un problema sistémico, no una simple suma de delitos aislados.

Otros factores completan el mosaico: el crimen organizado (9.6%), que impone control en vastas regiones del país; la restricción de libertades y cambios en rutinas (9.5%), que implica alterar horarios, evitar lugares y limitar actividades recreativas; y fenómenos como la venta de drogas (6.2%), los secuestros (5.5%) y la violencia de género (1.6%) que deterioran el tejido social y generan un ambiente de miedo generalizado.

Cada uno de estos indicadores revela que la inseguridad condiciona fuertemente la vida diaria en el país. La gente ya no decide qué hacer en función de sus deseos, sino de su miedo.

Este clima se traduce en comportamientos concretos: más de 12 millones de personas reconocen haber cambiado sus hábitos diarios para reducir riesgos. Es el triunfo del miedo: una sociedad que ajusta su vida no por elección, sino por supervivencia. Cambiar de ruta, renunciar a actividades nocturnas, evitar salir con efectivo, instalar rejas y cámaras en casa: todo esto se vuelve parte de un ritual cotidiano para sentirse un poco más seguro, aunque esa seguridad sea ilusoria.

Pero hay algo más profundo y doloroso: la violencia dejó de ser excepcional y se volvió un paisaje permanente. En estados como Puebla, Ciudad de México o Veracruz, el robo es el miedo más tangible; mientras que en Colima o Guanajuato, la mayor sensación de inseguridad se debe a los homicidios y la delincuencia organizada. En todos los casos, la conclusión es la misma: la inseguridad no distingue ideologías, gobiernos ni fronteras estatales.

Entonces, ¿cómo hemos llegado aquí? Parte de la respuesta está en una realidad incómoda: el fracaso institucional. La inseguridad no solo se mide por delitos, sino por la incapacidad del Estado para garantizar justicia, seguridad y confianza. Cuando la gente teme más al policía que al ladrón, el problema ya no es coyuntural, es estructural.

La normalización del miedo tiene un costo altísimo. Erosiona la convivencia social, limita el desarrollo económico y mina la esperanza colectiva. ¿Quién invierte en un país donde la violencia marca la agenda? ¿Quién se atreve a soñar con una vida libre cuando lo cotidiano es sobrevivir?

Frente a este escenario, es urgente dejar de ver la inseguridad como una estadística para entenderla como lo que es: un modo de vida impuesto por la violencia. Si la ciudadanía sigue adaptándose al miedo, y el gobierno continúa administrando la crisis en lugar de resolverla, corremos el riesgo de que la inseguridad no sea una emergencia temporal, sino la identidad de México en el siglo XXI.

Hoy, la pregunta no es si podemos vivir sin miedo. La pregunta es: ¿queremos hacerlo o hemos aceptado que el miedo es nuestra única certeza?